ariel23El 29 de julio de 1937 ofreció su primer jolgorio al público, amenizado por la Danzonera de Toto y la Orquesta de Luis Arcaraz. Todo comenzó cuando don Güilebaldo Nieto y su hermano Miguel decidieron transformar la bodega de su maderería en un lugar para bailar, lo cual se convirtió en un negocio familiar, heredado posteriormente por Miguel B. Nieto segundo y más adelante por Miguel Bafre Nieto tercero.

Está ubicado en Lerdo 206, entre Flores Magón y Estrella, próximo a la iglesia de Nuestra Señora de Los Angeles.

Cuando se inauguró, el boleto costaba cincuenta centavos a los caballeros y, dado que la liberación femenina todavía no llegaba, las damas pasaban de gratis.

En los años cuarenta la entrada importaba $5.00 los domingos y $2.50 entre semana. La gente debía ir «bien vestida»: los varones, con corbata y las Evas con medias, de lo contrario no les permitían el acceso. Pero como a principio de los cincuenta los hombres empezaron a gastar camisas sport y guayaberas, y a fines de esa década se difundió el uso de pantalones entre las mujeres, ya en 1960 se dejó pasar al salón a los devotos de San Goloteo sin las anteriores formalidades del vestir.

En 1987 las féminas apoquinaban $700 y los caballeros $1,000 (varos de los que circularon hasta 1992). Ahora el precio se eleva con cada devaluación de nuestra moneda.

«Los Angeles» acoge a los fieles personajes del dancing en una enorme pista de 2,500 metros cuadrados. Para los asiduos clientes -que los hay de todo el Detritus Federal y zonas conurbadas, pero en su mayoría de las colonias Morelos, Tepito, Guerrero y del cercano y enorme conjunto habitacional de Tlatelolco- los martes es día de danzón y de rumba; los jueves, día salsero y los domingos, lo más superficial, lo de moda, como ahora las cumbias rancheras. Por supuesto también se disfrutan el mambo, el rock and roll y otros ritmos. Los martes van las mejores orquestas y en gran proporción asisten conocedores; los sábados, un «mita y mita» y los domingos es verdaderamente popular, cuando tocan los conjuntos de moda.

15Abre de las 6 de la tarde a 11 de la noche. En algunas fechas especiales, y debido al auge del danzón, hubo matinés en que la gente gastaba suelas sin cesar desde las 10 de la mañana hasta la una de la tarde, para volver al anochecer y echar otra bailadita de las 19 a las 21 horas. Extrañamente los días de menor concurrencia son los de quincena y en diciembre.

Allá por los años cincuenta, cuando el mambo y el cha-cha-chá se pusieron de moda entre las clases media y alta y «Los Angeles» era visitado como cosa curiosa por los Cusi, los Braniff, los Escandón, los Corcuera y otras personas de abolengo, tuvo lugar una anécdota que le dio fama de seguro a este danzadero: se extravió una valiosa estola que luego fue devuelta; así que se decía «si no se pierde una estola de mink, ¿qué se puede perder?»

En aquella época la gente se distribuía en el local según la clase social a la que perteneciera. Hoy también se acomoda por clases, pero… de baile: generalmente los mejores ocupan la primera fila, junto a la orquesta. Para los demás es cosa de disimular en el anonimato, ver y admirar.

Muchos bailarines y parejas son famosos aunque no se conocen por nombres, sino por apodos: el «Fantasma», el «Aguacate Grande» y el «Aguacate Chico»; estos últimos eran hermanos. Se cuenta del «Aguacate Chico» que fue castigado con no entrar allí durante un año por tener dos pleitos en días consecutivos. Poco después enfermó y antes de morir declaró que una de las cosas que más sintió era no poder volver a su salón preferido.

Del 29 de julio al 2 de agosto de 1987 hubo chancleteo desde las 4 de la tarde hasta las 4 de la madrugada con motivo del 50 aniversario: jueves 29 con el conjunto de Venus Rey, viernes, Los Gatos Negros, sábado, Pérez Prado, y el domingo cerró con broche de oro la Sonora Santanera, que hacía veintisiete años se presentó por vez primera con tal nombre en «Los Angeles».

De paso, en este salón han tocado magníficas orquestas extranjeras: El Gran Combo, de Puerto Rico; La Dimensión Latina y la de Óscar de León, de Venezuela; la de Rubén Blades (creador de la melodía Pedro Navaja), de Panamá; las cubanas: La India de Oriente, la Orquesta América, la Orquesta Manzanillo y la también cubana pero radicada en Nueva York, Roberto Torres y su Charanga Ballenata. Desde luego también los estupendos conjuntos nahuatlacos de Arturo Núñez, Miguel Ángel Serralde, Dámazo Pérez Prado (a quien consideramos mexicano), Pablo Beltran Ruiz, Carlos Campos, Rigo Tovar y muchos más.

En su pista han meneado el bote millares de famosos personajes: actrices y cantantes de todos los géneros, luchadores, boxeadores, políticos que vienen de incógnito, intelectuales y gente de clase media alta que entra para sentirse muy mexicano y democrático o con el fin de «adquirir un conocimiento de los estratos menos pudientes». Es raro, pero no inaudito, que lleguen caballeros en lujosos carros de importación con despampanantes damas de abrigo y joyas; quienes abundan son los que se bajan del autobús o del caluroso Metro y van acompañados de la esposa, novia o la cuatita de la fábrica.

En este recinto, después de traspasar un portón de madera, hay un vestíbulo con taquillas en ambos lados. Ya en el salón, a la izquierda, está el guardarropa. Más allá, del mismo lado, la refresquería; en el muro frontal de ésta hay numerosos carteles enmarcados, de bailadas especiales que se han celebrado en «El Cielo», como se apoda cariñosamente a este lugar. Al fondo, una tarima grande de poco más de un metro de altura, para la orquesta en turno. A su derecha, los sanitarios. El piso es de duela; el techo, de lámina, cubierta por su interior con un plafón de tiras de madera formando cuadros.

El propietario le hace de lejos en lejos obras de conservación, embellecimiento y mejora, que los turistas y los chilangos agradecemos. En 1993 le dio no una manita de gato sino una garra de león: reforzó la seguridad para casos de temblor, trifulca o incendio; aumentó el número de sanitarios y los adecentó; agrandó la tarima de los músicos; hizo más grata la refresquería; mejoró la presentación del guardarropa; pintó la fachada; las duelas del piso, que ya pedían a gritos ser sustituidas, fueron cambiadas.

El salón lo amerita, tiene mucho ambiente y éxito. Quien no conoce «Los Angeles» no conoce México.

 salon_los_angeles-salon_de_baile_Guerrero-77_aniversario_del_salon_los_angeles_MILIMA20140731_0184_3

«Quien no conoce Los Angeles, no conoce México». Este bailadero debe ser disfrutado cuando menos una vez, por todo aquel que se jacte de conocer la capital. Cogito, ergo sum, o lo que es lo mismo, háganme caso, señores.