POR Karini Apodaca
Hay que aprender a vivir con los brazos abiertos, para soltar lo que tiene que irse y para aceptar lo que llega.
Puedo pasar horas mirando las parejas bailar, admirando la perfecta sincronización, aceptando que cada región tiene sus formas y que el baile es una de las tantas cosas que me han enamorado de la Ciudad de México.
Tuve el gusto de conocer el Salón Los Angeles una tarde a puerta cerrada; detrás del robusto portón de madera existe una de las pistas más grandes y con más historia en esta ciudad. Las líneas de la duela de enciso se prolongan hasta topar con un gran escenario que entre cortinas de terciopelo presume su escudo, su corazón.
Me perdí en el entramado de su techo, también de madera, en el cual unos candelabros de cristal cortado traviesos atrapan el más pequeño halo de luz para jugar a reflejarlo y no pasar desapercibidos, recordándote el glamur que siempre envuelve a los bailes de salón.
Fue amor a primera vista. Es imposible conocerlo y no escuchar los ecos de tantas y tantas historias que guarda en cada pliegue de su cortinaje, en cada unión de su duela, en el extraño ventanal de vitral con herrería, en sus largas bancas donde cada día de baile mujeres ataviadas de dulzura esperan ansiosas a su bailador.
Conocerlo en silencio y a solas fue como entrevistarlo en su casa; días después volví a saludarle en pleno baile; era otro, sin embargo, su carisma y fuerza vital son las mismas que cuando descansa.
La mayor parte de las veces es mi espíritu el que conduce mis pasos, la pasión de mantenerle vivo. Es un trabajo diario que me ha dado la dicha de conocer y después comprender música que no me es familiar; se volvió propia la necesidad de no permitir que su llama se apague irremediablemente y termine siendo uno de los tantos recuerdos que llenan de magia el D.F.
Conocer El Salón Los Angeles desde sus entrañas, aprender poco a poco del universo que se esconde en una pista de baile, sus ritos, historias y leyendas, han sido una de las experiencias más emocionantes que he vivido; la amargura del fracaso tras el esfuerzo, como las mieles del triunfo, han hecho que mi trabajo con el salón sea una más de mis adicciones.
Estar, reflexionar y jugar con las redes sociales para el 76 Aniversario del Salón fue la experiencia más conmovedora en mi vida. La última semana previa al 2 de agosto tuve que hacer mi trabajo a distancia, jamás pensé que justo esa semana estaría colmada de tantas cosas por resolver, reservaciones en línea como nunca antes había visto, comentarios, dudas, inquietudes, todos estábamos conectados, todos amábamos al Salón y deseábamos estar en ese aniversario.
El jueves, François, del grupo La Contrabanda, subía un video a youTube desde Paris, para felicitar al salón. Me costó trabajo no gritar emocionada. ¡Las redes sociales sí unen! El viernes todos hablaban de que iban llegando al salón; a la distancia lloré emocionada, viví en carne propia todas las emociones que la comunicación virtual te obsequia, el amor, admiración y orgullo que sentimos por nuestro Salón Los Angeles.
Comprendí porque sus dueños y amigos vigilan ferozmente por su existencia.
¿Llegaremos a los 100 años de vida de nuestro salón? Nadie lo sabe, pero les invito, como guerreros, a morir con la pasión de quien no se da por vencido.
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