POR Angélica Petit de Murat

Hacía más de un mes que estaba entusiasmada con la celebración del 76 aniversario del Salón Los Ángeles en la popular y aguerrida colonia Guerrero.

Arribé al lugar tarde, hacia las 7 p.m. El tráfico de viernes en la ciudad de México es impredecible y aún cuando uno calcule su tiempo, llegará tarde.

Ubicado el salón en un barrio peligroso, no llevé el auto y quedé de verme con una amiga de la Guerrero que por haber vivido siempre ahí, se las sabe de todas todas

Al bajar del taxi me encontré en un pasaje antiguo, la calle Lerdo 206 entre sol y luna, es una calle con antigua de casonas sencillas y humildes. Ahí a mitad de calle había ya una gama de personajes deambulando que lucian sus atuendos a la luz de las últimas horas del día.

Una mujer mayor chaparrita se me acercó.

–¡Qué güera tan bonita! Me gusta tu ropa, tus zapatos…

Agradecí el piropo y correspondí elogiando su vestido de lentejuelas, su abanico y zapatos llenos de brillo.

–Me llamo Paquita (no la del barrio) y él –un señor mayor vestido de pachuco– es mi pareja de hoy, pero sólo hoy porque yo bailo con otro todos los miércoles de cinco a nueve aquí, en el salón. ¿Quieres venir a bailar el próximo miércoles? Hacemos bailes de salón. Sólo es bailongo, nada de pachanga ni ligorio, ¿eh?

Acepté encantada, con la promesa de volver el siguiente miércoles y en mi interior me felicité por haber tomado tanto cuidado en vestirme adecuadamente para la ocasión: zapatos estilo Ferragamo de 3 colores, falda roja y blusa negra entallada, inspiración mixta de las vestimentas de los 40’s de Marga López en la película Salón México y Andrea Palma en La mujer del puerto. Ambas caracterizando sufridas mujeres de mala… ¡malísima reputación!

Pagamos nuestra entrada en una estrecha ventanilla, una de las 4 taquillas del lugar, nos dieron nuestro boleto y entramos al lugar.

Muchas veces, viendo películas de la época de oro del cine mexicano, imaginé el tamaño del Salón; sin embargo me sorprendieron sus enormes dimensiones. Y quedé algo extrañada de verlo a colores después de conocerlo en mi cabeza sólo en blanco y negro.

Noté algunos cambios en sus espacios y el escenario que está más alto a modo de que los artistas se vean desde cualquier parte del salón.

En las películas se ve a los artistas de antes, Toña la Negra, Los Panchos, Pérez Prado, más cerca casi al roce de los concurrentes. las rumberas bailaban al centro mismo de la pista; esos son tesoros que se han perdido con el tiempo.

La pista es toda de madera con algunas partes hundidas, supongo que debido a la acción de tantos danzantes a través del tiempo y efecto, claro, de los asentamientos provocados por sismos y terremotos pasados. Estos desniveles en la madera no son graves y a nadie parecen molestar a la hora de bailar.

En la pista caben un centenar de parejas haciendo amplios giros armoniosamente, sin chocar entre sí.

El Salón Los Ángeles abrió en 1937 a ritmo de swing, quick step, paso doble y danzones y pronto se escucharon grandes orquestas que alternaban boogie y mambo. A finales de los 50’s empezaron a tocar salsa, cumbia y otros ritmos bailables que se fusionaron y derivaron en los que se escuchan y bailan hoy.

Por ser el aniversario, se tocó de todo y yo me paseé por la pista bailando entre la gente sola o con un acompañante casual que me pescaba en el ritmo.

Amenizaron la noche grandes músicos. la orquesta Pérez Prado Los Reyes del Mambo y Pepe Bustos y sus Santaneros – la orquesta Pérez Prado está dirigida por un elemento de la orquesta original y Pepe bustos fué uno de los cantantes de la Sonora Santanera original-

alternando con nuevos grupos cubanos y la orquesta del lugar, que lleva más de 50 años tocando cada fin de semana.

Debajo mismo del escenario existe una larguísima banca que antes estaba a los costados del salón donde antaño se sentaban las ficheras, mujeres jóvenes y sencillas que se ganaban unos pesos vendiendo una pieza de baile por medio de una ficha que compraba el hombre en taquilla y entregaba a la señorita en turno a cambio de un baile, que duraba una canción.

Ahora ya no se venden bailes pero continúa la costumbre de las mujeres (ahora mayores en su mayoría) de sentarse ahí a esperar que las saquen a bailar.

Pasaba la noche entre pachucos* con sus trajes maravillosos, sus zapatos bicolor, acompañados de damas que vestían haciendo juego. La televisión los entrevistaba y el dueño del lugar, Miguel Nieto, se paseaba con orgullo por el lugar. El salón pertenece a su familia desde su abuelo hasta él mismo, que lo maneja con gran categoría desde hace años.

Llegaron los amigos, los conocidos, los intelectuales, los famosos y mi acompañante de la noche, un extranjero radicado aqui que pese a su doble nacionalidad se reventó conmigo varios mambos y me llevó por la pista con gracia y encanto.

Hay seguridad aunque el lugar es tranquilo. No vi a un solo borrachín molestando, ni trifulcas o escándalos; la gente concurre a bailar y por lo mismo no se consume tanto alcohol.

Fue una noche hermosa, llena de magia. Tardé muchos años en llegar a este lugar, sueño de mis tardes de adolescente, cuando bailaba imitando a las rumberas del salón Los Ángeles, esas que aparecían en las viejas películas mexicanas.

Al fin hoy llegué aquí.

Fuente: Área Metrópolis

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